jueves, 28 de mayo de 2015

El reordenamiento del comercio cubano

por Guillermo Rodríguez Rivera

Voy a comenzar polemizando con uno de los lectores de Segunda Cita que se hace eco de mi enjuiciamiento a nuestro comercio minorista, y la emprende enérgicamente contra la actividad económica del estado. Sin duda se necesita valorar la efectividad de la actividades económicas privada y estatal en el conjunto que constituye la actividad económica de la nación en su totalidad.

Mike L. Palomino comienza su valoración del problema con un criterio que resulta central en el pensamiento neoliberal que hoy domina en tantos sitios del mundo: "el gobierno en los negocios es como un elefante en una cristalería".

Palomino le llama gobierno a lo que es la actividad económica estatal y le otorga toda su confianza a la eficiencia de la actividad económica en manos privadas, que es lo que proclama el ejemplo en la diferente eficiencia entre trabajadores estatales y privados, que él verificó por la conducta de los mismos frente a su casa, en Ybor City.  Obviamente, Palomino se está refiriendo al vecindario de la ciudad floridana de Tampa, que los cubanos conocemos desde los tiempos de José Martí.

Esa absoluta desconfianza en la eficiencia económica del estado, es propia del pensamiento neoliberal que domina en los Estados Unidos. Se trata de una desconfianza poco seria porque, ante la crisis económica desatada por el aventurerismo de la banca privada, fue el estado norteamericano, a través de la persona del neoliberalísimo George W. Bush, quien acudió con los millones de dólares de los contribuyentes a rescatar a la banca y a sus dueños.

El estado tiene un papel en la economía, como lo tiene la actividad económica privada. Cuando el estado asume actividades que no le corresponden, vuelve paquidérmicas e ineficientes esas actividades; cuando el gran capital se adueña del estado, trastorna la actividad democrática. Eso lo vio José Martí ya en los Estados Unidos de fines del siglo XIX, cuando advirtió cómo la república democrática se había convertido en una república “de clases”.

Simplemente, el costo de las campañas electorales y el permitir el patrocinio del capital millonario a los políticos, se ha tragado la democracia norteamericana: los políticos responden a quienes costean sus carísimas campañas electorales, no a sus votantes.

La Revolución Cubana dio un paso en falso económicamente cuando en 1968 –no en 1967, como escribe Palomino– estatalizó toda la actividad económica privada que quedaba en Cuba: empresas pequeñas y medianas y trabajadores por cuenta propia. Hasta el granizadero y el fritero fueron vistos como peligrosos capitalistas. Eso desequilibró la cotidianidad económica del país y creó un ámbito comercial que no ha demostrado ser más eficiente ni más honesto que el privado.

No hace mucho, publiqué aquí en Segunda Cita un comentario que se titulaba “El capitalismo perfecto”, aludiendo a administradores y gerentes de nuestro comercio minorista estatal. Uno se acerca a una panadería, que dice que trabaja 24 horas: ello supone tres turnos de trabajadores, pero solamente hay pan durante dos horas por la mañana y dos por la tarde. Uno puede acudir allí y encontrar a los trabajadores conversando o hablando por teléfono, pero muchos de esos comercios venden aceite o harina que le quitan al pan que producen. La ganancia del establecimiento es neta, pero para el que lo maneja directamente. El estado –el supuesto dueño– debe pagar el mantenimiento del local y sus equipos, la luz, el agua, el teléfono y la materia prima. Como escribí en aquel artículo, el administrador de ese establecimiento ha llegado al capitalismo perfecto, ese que no tiene gastos sino solo beneficios. Pregúntele a ese administrador si quiere ser el dueño de la panadería: quedará claro que no le conviene.

¿Cuál es la solución?: El estado fue capaz de reconocer su error al restablecer el trabajo por cuenta propia, que ahora volvió para quedarse. En meses atrás hemos asistido a la profesionalización de los deportistas, porque no hay deporte de alto rendimiento sin la plena dedicación del atleta a su actividad. Hemos reconocido –nada menos que en la palabra de Fidel Castro– que nuestro viejo modelo económico había caducado. A lo que hacemos le hemos llamado actualización, pero es también un cambio.

Estamos aceptando y deseando la inversión extranjera, –que es capitalista– y en algún momento deberemos incorporar también la inversión cubana. Nuestro sistema, pues, no será el ortodoxamente socialista que teníamos sino un sistema socialista mixto. Lo dirigirá nuestro partido, y tenemos derecho a llamarle socialista: El importante ideólogo y filósofo portugués Buenaventura de Souza Santos ha dicho que una sociedad socialista no es aquella donde todas sus instituciones son socialistas sino aquella donde todas colaboran al establecimiento de ese sistema: ese es el papel que debe desempeñar el partido comunista cubano.

Acabo aquí, pero no he terminado: queda un tercer artículo.  

domingo, 24 de mayo de 2015

Por qué busqué trovadores en los 70s*

Guitarra perdida, 1973 (foto: Ramón Grandal)

En los diciembres de 1971 y 1972 se celebraron encuentros de jóvenes trovadores en la ciudad oriental de Manzanillo. Aquellas reuniones se produjeron porque entre finales de los 60 y principios de los 70 la actividad trovadoresca se incrementó notablemente en Cuba. Aquello se veía como continuidad de una antigua tradición de la música cubana y a la vez como una expresión emergente. Por alguna razón existe la costumbre de poner nombres a ciertas manifestaciones, a corrientes, a tendencias que después se sostienen más o menos. Ocurre que varios artistas se proyectan en una época con un aliento parecido y alguien le llama movimiento y lo bautiza. Algo así pasó con nosotros, trovadores de más o menos la misma edad, cuando en febrero de 1968 dejamos una seña en un concierto que organizó el Centro de la Canción Protesta de la Casa de las Américas. Pero los cantores de aquel recital existíamos desde antes; por eso pudimos reunirnos allí aquella noche.

Algunos han dicho que el programa televisivo Mientras Tanto influyó en el auge de la trova juvenil de por entonces; pero antes de yo aparecer en la televisión, en junio de 1967, algunos jóvenes autores con guitarras solían reunirse informalmente en los alrededores del club nocturno El Gato Tuerto. Las canciones de aquellos muchachos coincidían en su influencia armónica del filin, en su gusto por la bossa nova brasileña y por la música de Michel Legrand, que a mediados de los 60 caló en los músicos cubanos gracias al filme de Jacques Demy Los Paraguas de Cherburgo. Algunos de aquellos jóvenes empezaban a desenvolverse como profesionales en el mundo nocturno, como Pablo Milanés, Martín Rojas, Eduardo Ramos y Rey Montesinos.

Mientras al amparo de la noche habanera pasaba aquello, Noel Nicola, hijo de Isaac, proverbial maestro de la guitarra, no estudiaba con su padre pero armaba un combo; Vicente Feliú arañaba la lira de su viejo, a la vez que se preparaba como profesor de Física en el Instituto Pedagógico; Belinda Romeu era una niña de su casa, acaso conocida por los amigos de su padre, el genial Mario Romeu. Por lo que a mi respecta, mis padres no se dedicaban a la música y tampoco podía saborear las noches habaneras, ya que mis últimos tres años habían transcurrido en los rigores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, donde a duras penas había empezado a tocar la guitarra y a hacer canciones, fuera de todo contacto con mis semejantes.

No niego que Mientras Tanto dejara su impronta, como desencadenador de cierta conciencia colectiva. Supongo que cuando apareció un trovador joven en la televisión, los que venían haciendo lo mismo en la oscuridad pudieron haber pensado: “Qué suerte ha tenido ese tipo”. Recuerdo que por conocerme del programa, Martín y Eduardo se me identificaron cuando me crucé con ellos en una callecita de Kawama; razón misma que llevó a Omara Portuondo a presentarme a Pablo, unos días más tarde. Fueron mínimos eventos que propiciaron que empezáramos a vernos con asiduidad y a intercambiar lo que sabíamos, a fomentar aquel “espíritu de grupo” que se haría evidente en el recital del 18 de febrero de 1968, en Casa de las Américas.

Por estos antecedentes es por lo que siempre he declarado que la nueva trova (con minúsculas) era unos añitos más vieja que el Movimiento de la Nueva Trova, bautizado en la ciudad de Manzanillo, a fines de 1972. 

La idea del MNT fue alentada por la Unión de Jóvenes Comunistas, quizá también como una forma de supervisar la proliferación de trovadores, muchos sin militancia; pero no hay duda de que su creación fue un triunfo de los que habíamos empezado cuestionados por la burocracia cultural. Es cierto que todavía debían pasar un par de años antes de que los pioneros pudiéramos hacer un disco en los Estudios Egrem. Y también que, esporádicamente, siguieron apareciendo regañinas en la prensa y continuaron marginaciones de diversa índole. Pero a partir del MNT la obra de los nuevos autores empezó a tener un apoyo más amplio y por ello una incidencia más masiva. La Nueva Trova, como organización, hizo festivales anuales en diversas zonas del país, los que compartíamos con expresiones culturales fundamentales como la trova tradicional, el filin, la rumba, el son y sus intérpretes. La trova de nuestra generación había nacido muy vinculada a sus contemporáneos de la literatura y otras artes. Por eso aquellos encuentros también estaban llenos de escritores, pintores, cineastas, actores, bailarines y músicos de todas las variantes.

A veces éramos bastante incendiarios. Yo había empezado cantando “…hay  que quemar el cielo, si es preciso...”. Y, casualmente, uno de los lemas usados por el MNT resultó ser un radical pensamiento martiano: “Todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera”. La célebre frase de Arnold Hauser “Toda obra de arte es una provocación”, era lo natural para algunos de nosotros.

Bastiones del pasado confundieron nuestros encendidos llamados al compromiso con la pretensión de que toda la cultura debía ser a nuestra imagen y semejanza. No sé si pensaron que éramos guardias de alguna revolución cultural. Lo cierto es que nos juraron guerra a muerte y, justo cuando empezábamos a librarnos del mito de no ser revolucionarios, pretendieron vestirnos de otras culpas. Pero ninguno de ellos alzó nunca la voz contra las verdaderas injusticias; pasaban quinquenios y otros chaparrones llamándole buen gusto a la estética burguesa y copiando a papel carbón lo que veían en las televisiones “de afuera”.

La superestructura del país era tremendamente contradictoria. Algunos trovadores tuvimos la suerte de que existieran revolucionarios como Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, que dirigían organismos culturales como espacios donde voces alternativas podían demostrar su valor. Símbolos revolucionarios de tal fuerza moral cada vez quedan menos. Por eso los que les vimos actuar con valentía tenemos con ellos grandes deudas.

Cuando surgió el MNT, algunos trovadores integrábamos el Grupo de Experimentación Sonora. En mi caso, estaba visto que desde los tiempos de la campaña de alfabetización lo gregario me podía. Así que me tomé bastante en serio una de las primeras ideas de la nueva organización: rastrear trovadores por todo el país. A algunos ya les habían asignando provincias de búsqueda, y antes de que alguien mencionara Matanzas yo mismo me propuse. La primera razón fue porque siempre me había gustado aquella ciudad, madre de la rumba, con su leyenda de “la Atenas de Cuba”; la segunda, porque quedaba cerca de La Habana.

Por eso los lunes madrugaba para tomar un par de guaguas que me llevaban hasta la bahía, donde cerca de las 5 y media subía a la lanchita.  Y en Casablanca, a las 6 en punto, amaneciendo, abordaba el trencito del Hershey hasta Matanzas**. No llevaba guitarra a la provincia. Allá vivía en un albergue, dormía en una litera y pasaba los días de pueblo en pueblo, aprovechando los viajes de los miembros del comité provincial de la UJC, aunque la mayoría de las veces me movía "a dedo" por aquellas solitarias carreteras. Regresaba a La Habana los viernes, al anochecer, o temprano los sábados, a ver a mi hija de un año y a tocar un poco la guitarra. Esa fue mi vida durante los primeros cuatro o cinco meses de 1973.

El resultado de mi búsqueda quizá merezca otra entrada, otro día, pero fueron muchos y muy buenos los hacedores de canciones que hallé. Baste mencionar al grupo Nuestra América, fundado y dirigido por el tenaz Luis Llaguno. Por entonces ellos cursaban el preuniversitario y eran católicos practicantes. Los prejuicios religiosos de aquellos años se confabulaban para escondérmelos, hasta que al fin di con ellos en un acto de su escuela.  Después no paré hasta verlos inscritos en el MNT. 

Nuestra América obtuvo el primer lugar en el Movimiento Nacional de Aficionados durante 11 años consecutivos. En aquel tiempo ganaron otros galardones, incluso fueron los intérpretes de una obra ganadora del Concurso Adolfo Guzmán de la Televisión Cubana. La mayor parte de su trabajo musical lo hicieron sin abandonar sus estudios, y todos fueron graduados universitarios. Aún se les puede escuchar lo mismo en Cárdenas que en Varadero, sus ciudades natales, donde algunos aún viven.

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A propósito de una pregunta de Claudia

** El tren del Hershey lleva ese nombre porque pasaba por el batey del antiguo Central azucarero, que era propiedad norteamericana antes de 1959. Esta fábrica de azúcar, después del triunfo de la Revolución, fue bautizada con el nombre de Camilo Cienfuegos, y se encuentra en la actual provincia de Mayabeque, muy cerca de Santa Cruz del Norte. Casualmente, en los campos que abastecían de cañas a este Central, actualmente inactivo, yo había trabajado durante la zafra de 1967. Por entonces trabajar en una zafra era requisito indispensable para obtener la baja del servicio militar activo. Pero esa es otra historia, aún más antigua.

jueves, 21 de mayo de 2015

¿Por qué no aumenta la producción?

Por Guillermo Rodríguez Rivera

Desde hace unas cuantas décadas nos dijeron a los cubanos que debíamos tener mentalidad de productores y no de consumidores. Algún ideólogo casero, quizá lleno de fervor militante y deseando que nuestro país avanzara lo más rápidamente posible, desintegró el par dialéctico que integran producción y consumo y decidió quedarse únicamente con la producción. El consumo es imprescindible para todos, porque una cosa es el consumo y otra su deformación, su enfermedad, su vicio, o sea el “consumismo”.

El cubano no puede, no tiene oportunidad ser consumista: la oferta de nuestro modesto mercado no es tan variada, ni tan opulenta, ni tan abundante como para generar una clientela consumista. Pero, además, el consumismo tiene todo un aparato que lo acompaña: la publicidad, las rebajas, la competencia, las tarjetas de crédito, que le permiten a uno casi arruinarse sin notarlo.

En Cuba, a la inversa, hemos desarrollado una economía –permítanme el juego verbal– de “sinsumo”: el propósito es que uno consuma lo menos posible.

Nuestro comercio es un comercio sin estabilidad: es un comercio minorista estatal –acaso el único que exista en el mundo–, donde usted nunca puede estar seguro de encontrar lo que ha salido a buscar y necesita: uno sale a comprar calzoncillos y regresa a la casa con una llave inglesa. Uno casi nunca encuentra el producto que busca sino que otro producto lo encuentra a uno, y uno, si puede, acaba por comprarlo porque sabe que no lo habrá en las tiendas el día en que lo necesite.

Pudiera ser que el artículo que uno quiere comprar esté en el almacén de la tienda, pero el vendedor no irá a buscarlo para vendérselo: como afirma su vocabulario, esas tiendas estatales no tienen clientes, sino usuarios. Al margen de eso, el vendedor tiene “amigos”. Para recibir un buen trato lo más seguro es ser amigo del vendedor.

Me parece que todo ese caos, que siempre va en perjuicio del normal consumo del ciudadano, genera en el cubano más deseos consumistas que el propio capitalismo.

La cosa se complica mucho más si el “usuario” pretende adquirir un objeto de más valor: ponga usted, un refrigerador o un televisor, que solo comercializan las tiendas recaudadoras de divisas. Todos los precios de esas tiendas se triplicaron cuando se despenalizó la tenencia de dólares: el litro de aceite de soya, que un cubano paga a 2.40 cuc, se vende a 80 centavos en cualquier lugar del mundo. El ama de casa cubana se las agencia para conseguir el dinero, aunque no cobre en esa moneda, pero cuando necesita un refrigerador cuyo precio es 500 cuc, la cosa se pone muy seria.

Muchas de esas tiendas están vendiendo ahora en moneda nacional (cup), pero a la tasa de cambio existente ese refrigerador cuesta 12.500 pesos cubanos, que deben pagarse al contado: quien gane 500 pesos mensuales, tiene que destinar su salario íntegro durante 25 meses para acumular el dinero que paga el refrigerador. Eso significa una cosa: nadie que trabaje para el estado puede comprarlo, porque la tienda no da crédito.

O sea, ese mercado solo resulta accesible para quienes reciban dinero del extranjero o tengan negocios de cualquier tipo –legal o ilegal– que les permitan ese desembolso.

Nuestra dirección afirma: únicamente cuando aumente la producción, se podrán subir los salarios. Pero está teniendo en cuenta solo dos factores de un tríptico. El tercer factor es el mercado, que permite que los salarios se realicen.

Con cualquier aumento salarial que obtenga, el trabajador cubano sabe que ese mercado seguirá siendo inaccesible para él: el aumento que pueda obtener casi no va a cambiar su vida. El cambio vendrá de un negocio en el que se meta (legal o ilegal). Por eso que la producción aumente no le da frío ni calor, porque ello no va a significar casi nada para su vida cotidiana.

Yo pienso que la única solución es el reordenamiento de todo el comercio minorista cubano. Pero de eso valdría la pena hablar en otro artículo.

viernes, 15 de mayo de 2015

Recordar y avanzar

Por Rolando López del Amo

Los estudiantes de la antigua  Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana, al graduarse, recibían el título de Doctor en lugar de Licenciado, que es el que se otorga actualmente. De igual manera ocurría  con carreras como Derecho, Pedagogía  y otras. Ese doctorado no era un grado científico como es hoy. Una tía mía me contaba una graciosa anécdota relacionada con un condiscípulo suyo que, al graduarse, encargó que le hicieran unas tarjetas de presentación que decían: Dr. Fulano de Tal, Filósofo y Literato. Y el pobre señor no tenía obra filosófica ni literaria de su autoría.

En nuestros días escuchamos a veces, en los medios de difusión, darle categoría de filósofo a alguien que estudia o escribe sobre esos temas, sin que haya hecho aporte singular a esa materia. Pero sin ser filósofo ni literato, como el amigo del cuento, todo hombre tiene derecho a pensar y opinar sobre lo que crea conveniente, sobre todo si lo hace con honradez. Siempre me ha gustado el concepto martiano de libertad como el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y hablar sin hipocresía.

Confieso mi tendencia,  incrementada con el paso del tiempo, de acudir a ese pozo de ejemplaridad y sabiduría que, para nuestra suerte, tenemos los cubanos en la vida y la obra de José Martí. Es de una actualidad asombrosa. Sigue siendo nuestro contemporáneo. El está en la raíz misma de nuestra identidad como nación y en las ideas que alentaron a dos generaciones revolucionarias en la república neocolonial.

José Martí nos recordaba que Mover un país, por pequeño que sea, es obra de gigantes. Y quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento, o de paciencia, no debe emprenderla (1-167).

Así veía Martí la condición del dirigente, del gobernante. Él también sabía que los pueblos pasan por etapas distintas en su desarrollo y, cuando son nuevos, el papel del líder es determinante, en tanto que en su proceso de maduración, ese papel dirigente lo desempeñan las ideas que se recogen en programas. Escribe Martí:

En países donde la mayoría de los hombres conoce su interés y es capaz de su derecho, el gobierno no proviene de la necesidad de que lo ejerza una criatura superior…, sino de la imposibilidad material de que todos los humanos gobiernen a una vez, por lo cual se ponen de acuerdo sobre el modo mejor de dirigir sus asuntos y escogen de entre sus filas los que les parecen más capaces de entenderlo y ejecutarlo, o les proponen ideas que creen aceptables y útiles (11-124).

Esas ideas fueron la sustancia de la creación del Partido Revolucionario Cubano, con bases, estatutos y programa bien definidos para su tarea histórica de unir a todas las fuerzas cubanas que deseaban la independencia.

Muchos son los resultados que nuestro pueblo ha logrado en medio siglo, a pesar de las condiciones tan difíciles desde los inicios del triunfo revolucionario, acentuadas en grado máximo desde la década de los años noventa del pasado siglo con la liquidación del mundo socialista europeo --principal sostén económico, comercial, financiero y de transferencia de conocimientos científicos y técnicos, y suministro de medios militares para nuestra defensa frente al bloqueo genocida y otras agresiones.

Junto a los éxitos, cargamos nuestras deficiencias y errores, lo que nos atañe propiamente y no es resultado de la acción enemiga. Nunca nos negamos a reconocer errores o tendencias negativas. Nos movíamos por caminos inéditos y siempre tratamos de aprender y rectificar.

Marx pensó el socialismo como consecuencia del capitalismo desarrollado, pero los seguidores de sus ideas de justicia tomaron el poder político en países que no lo eran. Sin renunciar al fin deseado, comprendieron que sin una base económica desarrollada, no habría ni comunismo, ni socialismo. De ahí la NEP de Lenin y las experiencias que por ese camino asumieron China y Vietnam.

Cuba, por su parte, también ha comprobado que necesita abrir su economía al mundo. No son tiempos de falansterios. Tanto Marx como Engels comprendieron que ninguna de las formaciones económico-sociales anteriores al capitalismo habría permitido el paso al soñado comunismo científico. Solamente el hasta entonces inusitado desarrollo de las fuerzas productivas que trajo el capitalismo creaba las condiciones materiales para tan ambicioso proyecto.

Lo importante es que los procesos de desarrollo económico y social estén dirigidos por partidos que comparten los sueños de Marx y estén cargados del profundo humanismo del insigne alemán.

Vuelvo a Martí: No se debe poner mano ligera en las cosas en que va envuelta la vida de los hombres. La vida humana es una ciencia; y hay que estudiar en la raíz y en los datos especiales cada aspecto de ella. No basta ser generoso para ser reformador. Es indispensable no ser ignorante. El generoso azuza; pero sólo el sabio resuelve. El mejor sabio es el que conoce los hechos (11-158).

martes, 12 de mayo de 2015

Avanza la apertura hacia Cuba*

Las visitas del presidente cubano Raúl Castro al Vaticano –donde se entrevistó con el papa Francisco, quien hizo una excepción a su agenda para recibir al gobernante caribeño– y del jefe de Estado francés, François Hollande, a La Habana, horas más tarde, constituyen pasos importantes en la apertura de Occidente hacia Cuba y exhiben la rapidez con que avanza la superación de una fractura que por décadas ha tenido como elemento central la hostilidad de Washington hacia la isla.

Con respecto de lo primero, llama la atención el tono de simpatía y búsqueda de afinidades, incluso ideológicas, entre el pontífice argentino y el mandatario cubano, y resulta inevitable contrastar ese sello de cordialidad y distensión con el duro desafío diplomático que representó para el gobierno de La Habana recibir, en enero de 1998, al papa Juan Pablo II, un anticomunista beligerante que coincidía con Washington en las exigencias injerencistas contra Cuba y que actuó como aliado ideológico de la llamada revolución conservadora, cuyos exponentes más claros eran Augusto Pinochet, Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Si en aquellos momentos Fidel Castro hubo de concebir una vasta maniobra política para neutralizar la amenaza del Vaticano, su hermano menor encontró ayer en San Pedro a un pontífice respetuoso, comprensivo y ajeno a toda intención hostil que, por el contrario, ha prestado una valiosa ayuda en el proceso de normalización de las relaciones entre Washington y La Habana.

En cuanto a la visita de Hollande, es claro que éste ha decidido tomar la delantera entre sus colegas europeos a fin de aprovechar para Francia el primer turno del deshielo, especialmente en el ámbito económico, en el que se concretó ya un acuerdo para que la trasnacional francesa Total participe en la prospección petrolera marítima en aguas territoriales de Cuba en sociedad con la firma estatal local Cuba Petróleo (Cupet). A pesar de las figuras retóricas del huésped del Elíseo, quien dijo haber vivido “un momento histórico” en su encuentro con el ex presidente Fidel Castro, es claro que los motivos de su visita son principalmente de orden pragmático. De cualquier forma, Hollande moderó las demandas ideológicas tradicionales de París hacia La Habana y se limitó a pedir a las autoridades del país anfitrión una “flexibilización de las reglas”, a fin de facilitar los intercambios comerciales entre ambos países y las inversiones de empresas francesas en la isla.

Por las razones que sea, resulta reconfortante atestiguar que se ha puesto en movimiento un círculo virtuoso de cambio en las posturas tradicionales de Estados Unidos y de sus aliados hacia Cuba. En esta lógica, la visita de Hollande a la isla dio pie, ayer mismo, para que el vocero de la Casa Blanca, Josh Earnest, abriera la posibilidad de una eventual visita del presidente Barack Obama a la nación antillana, al afirmar que “no la descartaría”.

Sería injusto no recordar que el papa argentino ha desempeñado un papel crucial en la apertura y en el deshielo y ello se ha logrado sin que las autoridades de La Habana tuvieran que realizar concesiones fundamentales en materia de autodeterminación, lo cual lleva a una reflexión insoslayable: la lógica transformadora inducida por Bergoglio en el Vaticano no se limita a asuntos doctrinales y pastorales, sino que ha ganado proyección también en el ámbito de la política internacional.

Cabe esperar que esa dinámica se acelere y que muy pronto la sociedad cubana pueda recibir del conjunto de los países ricos aires de cooperación y respeto a su soberanía, y que terminen de despejarse los empeños hostiles e intervencionistas a los que ha debido hacer frente durante más de medio siglo.

*Artículo Editorial de La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2015/05/12/opinion/002a1edi

viernes, 8 de mayo de 2015

Casablanca

Generalmente no escribo sobre los lugares de los conciertos antes de hacerlos, pero el caso de Casablanca es especial. Se trata de un barrio que visité a menudo durante mi adolescencia, más que nada por su poética belleza, aunque también por la sensación de estar haciendo un viaje. Y es que para llegar a aquel rincón pintoresco había (y hay) que cruzar la bahía en lanchones de aspecto vetusto, y como se decía que llevaban prestando su servicio desde tiempos inmemoriales, uno podía imaginarse a fines de siglo 19, o en la década del 30, asistiendo a alguna clandestina reunión de patriotas, o yendo a visitar a una dama de abanico y pañuelo.

Me gustaba tanto Casablanca que, incluso cuando salía de pase durante mi servicio militar, a veces invertía varias de las pocas horas que me daban para tomar la lanchita, cruzar la bahía y vagabundear sin rumbo fijo por sus calles. Y siempre que estaba allí acababa subiendo las largas escaleras, hasta los pies del Cristo de La Habana, para desde allá arriba escrutar la ciudad y soñarme volando sobre sus cúpulas y tejas.

Años después me tocó ir por simple necesidad, ya que en 1974, cuando se organizaba el Movimiento de la Nueva Trova, todos los lunes, a las 6 de la mañana, tomaba en Casablanca el tren del Hersey para llegar temprano a Matanzas, provincia que me había tocado recorrer en busca de trovadores.

El concierto de hoy (ya estoy hablando después de regresar) fue muy lindo, coloreado por la tropa segund@citera y su entusiasmo desbordante. Ahora voy a colgar esta entradita, aunque las fotos las pondré mañana porque están pasando la cuarta parte de Liberación y no quiero perderme lo que falta.










El Fetecún

















lunes, 4 de mayo de 2015

El "Club de Madrid" quiere jugar

                                       por Guillermo Rodríguez Rivera

He leído una carta en la cual el Club de Madrid demanda al gobierno venezolano que ponga en libertad a los “encarcelados por supuestos delitos de opinión” y a “aquellos líderes políticos de la oposición que, por el hecho de serlo, siguen viéndose privados de dicha libertad”.

No sabía yo qué era el Club de Madrid: si un once de futbolistas, una fundación de beneficencia, o una exclusiva sociedad de recreo. Al fin, supe que es una asociación –sin fines de lucro, porque eso es ya tarea cumplida– de los presidentes democráticos de “la derecha” mundial.

Quien se ofrece para mediar en Venezuela con el fin de “reencontrar el clima de paz, estabilidad y prosperidad a que es acreedor el pueblo venezolano”, es nada menos que don Felipe González y Márquez, ex presidente del gobierno de España y ex líder del Partido Socialista Obrero Español.

Felipe González fue uno de los más notorios farsantes de la segunda mitad del siglo XX europeo. Para participar en la vida política española, que se abría tras el fin de la dictadura del general Franco, se vistió de izquierdista y sacó del ámbito de lo prohibido al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Pero no sacó más que el nombre. Iba a desacreditar para siempre al que había sido el partido de Pablo Iglesias y Manuel Azaña.

La Europa democrática había sido insolidaria con la España democrática, la había desconocido para no molestar al fascismo en pie de guerra. En vano: en cuanto finalizó la Guerra Civil española, las tropas alemanas entraron en Francia, y los Heinkel bombardearon Londres.

González le prometió al pueblo español no entrar nunca en el bloque guerrerista que ya era la OTAN. Al ser electo, hizo exactamente lo contrario. Su régimen término en la corrupción y organizando los asesinatos de los GAL: las ejecuciones extrajudiciales contra los militantes de ETA.

Los que pretenden los “futbolistas” del Club de Madrid es “golear” a la Revolución Bolivariana y sacarle una “tarjeta roja” al chavismo, mientras Leopoldo López, Ledezma y los que violan la legalidad en Venezuela y asesinan a más de 40 venezolanos, vayan tranquilamente a las calles de Chacao, para seguir matando, porque mienten los del Club de Madrid: no se trata de presos de conciencia sino de violencia.

El “equipo” madrileño lo preside la letona Vaira-Vike Freiberga, a quienes los Estados Unidos  quisieron sin éxito hacer elegir secretaria general de la ONU, en lugar de Ban Ki Moon; el vicepresidente es el boliviano Jorge Quiroga, estrecho colaborador del general Hugo Bánzer, uno de los asesinos del Che. Es, claro, opositor al gobierno de Evo Morales.

Todavía le faltarían al Club (no están entre los firmantes de la carta) dos estelares “delanteros”: José María Aznar y Álvaro Uribe. Vicente Fox, por su parte, podría intentar convencer a Nicolás Maduro en una de esas cenas diplomáticas en las que es especialista, desde aquella antológica invitación: “comes y te vas”.


Nada, que ante el Club de Madrid hay que ser “culé”, y apostárselo todo al BARÇA.