jueves, 30 de abril de 2015

¿Una "Ley de Ajuste" africano?

Por Guillermo Rodríguez Rivera

Y no solo africano. Las patanas y las más diversas embarcaciones parten de las costas de África : desde Marruecos hasta España y Portugal o hasta las hermosa costa azul francesa y desde Libia hasta Sicilia o la isla de Lampedusa pero, desde otra parte llegan también a Europa los habitantes del medio oriente, que vivían en países que fueron invadidos y la resaca de esa invasión es un batallón de asesinos que se dicen religiosos y fundamentalistas, y se dedican a decapitar a quienes no piensen (¿es que piensan?) como ellos.

Las tropas norteamericanas buscaron alianzas oportunistas en Irak, en Libia, en Siria. Se unieron coyunturalmente con un puñado de facinerosos, de delincuentes ideológicos (Al Qaeda, el Estado Islámico) a fin de derribar regímenes que ninguno de ellos querían. Así ahorcaron a Saddam Hussein y lincharon a un Muamar el Gadafi prisionero, ante la grosera alegría televisada de Hillary Clinton. No han podido con Assad en Siria. Y ahora tienen a los extremistas asolando esos pobres países y a iraquíes, sirios y libios emigrando también hacia la cómplice Europa, porque la sometidas burguesías del viejo continente, han secundado en todo momento a sus jefes estadounidenses.

Los africanos han huido siempre del hambre, ese antiderecho humano que siempre se ha padecido en África, pero ahora, la crisis los impulsa hacia Europa con mucha más fuerza. Yo, economista a deshoras, tengo para mí que no hay tal crisis porque los ricos no la sufren, sino que se enriquecen más en sociedades a las que ya no les interesa el llamado “estado de bienestar” sino que ahondan de una manera irresponsable y suicida las diferencias entre sus ciudadanos.

Un periodista de derecha llamaba al lógico crecimiento de agrupaciones como Syriza y Podemos “la hora de los monstruos”, pero no es verdad: los monstruos son los que están gobernando en la “culta” Europa.

Ante la avalancha de migrantes que llenarán de muertos las aguas del Mediterráneo, los europeos piensan “tomar medidas”. ¿Será acaso una “ley de ajuste africano” que le dé acogida a los que llegan con los pies mojados? ¿No son refugiados? ¿Lo son los cubanos que llegan a los Estados Unidos, porque los acoge con derecho a trabajar y de residencia al año de permanencia, hayan hecho cualquier cosa para llegar?

Los cubanos –que se dicen perseguidos políticos en cuanto llega el verano, van a vacacionar al mismo país del que dicen que huyeron.

Me temo que los europeos, que se enriquecieron con sus colonias africanas por muchos años, van a ajustar de otra manera a esos pobres refugiados. A lo mejor se quedan a vivir con el Estado Islámico.

lunes, 27 de abril de 2015

¿A quiénes le venden las tiendas cubanas?

por Guillermo Rodríguez Rivera

Las llamadas tiendas recaudadoras de divisas –tenemos las TRD, las Panamericanas y alguna cadena más– se abrieron a los consumidores cuando en los años noventa se produjo la despenalización de la tenencia de dólares y, lo que había sido delito, mudó al privilegio de acceder  a productos retirados del consumo de los cubanos sin dólares. Entonces compraban allí los emigrantes cubanos que ahora venían de visita, los cubanos de la isla que recibían remesas en divisas y, claro, los turistas.

En un momento dado los precios en esas tiendas fueron triplicados o casi triplicados: el litro de aceite de soya que en el cualquier comercio del mundo costaba 80 centavos de dólar, esas tiendan lo vendían a 2 dólares cuarenta. La justificación era que ese fuerte impuesto, permitía adquirir el pollo que se vendía a la población a precio subsidiado.

Hace mucho tiempo que los consumidores de esas tiendas cambiaron. Al ama de casa cubana no le alcanza el aceite y todos los meses tiene que separar al menos 75 cup de su salario o del de su marido, para comprar los 3 cuc que le permitirán comprar el litro de aceite que necesita la familia. Es ella la que esta subsidiando el pollo que se come.

Con otros productos la situación es mucho más grave. Un refrigerador es un artículo de primera necesidad. Yo pude comprar –hace doce años– un LG que entonces me costó 500 cuc, que tuve y pude entonces que pagar al contado, porque nuestras tiendas en divisas desaparecieron las que se llamaban ventas a crédito. Nunca las han tenido.

Yo soy doctor en ciencias filológicas, profesor titular y consultante en la Universidad de la Habana. Tengo 45 años de antigüedad: gano mensualmente 1, 050 pesos, que no es un salario bajo. Pero para haber pagado aquel refrigerador al contado,  debí previamente haber guardado mi salario íntegro durante un año. ¿Para qué iba a comprar el refrigerador si no podía pagar la electricidad ni comprar alimentos? Por eso, he llegado a la conclusión de que esas tiendas no están destinadas a venderme a mí ni a ningún trabajador cubano que trabaje para el estado socialista.

Otra cosa más sencilla. Hace unos once años el Consejo de dirección del Ministerio de Educación Superior me compró, como estímulo, un automóvil VW de uso, para sustituir el Moskovich que tenía, y que me había otorgado la asamblea de trabajadores de mi Facultad, veinte años antes. Desde agosto del año pasado, las tiendas cubanas de piezas automotrices, los cupet, no han vendido las baterías de 55 amperes que usan los carros de los médicos, profesores, profesionales, internacionalistas, deportistas destacados: desde el mes de diciembre empezaron a vender baterías de 95 amperes, que solo caben en los viejos carros americanos de nuestros cuentapropistas y que se venden a 181 cuc. No tengo nada en contra de que vendan estas pero, ¿por qué no traen las pequeñas, las que usamos los que trabajamos para el estado, a pesar de que las venden a un claro sobreprecio?

Estoy convencido de que, si se hurgara en el manejo de esos comercios, iba a aparecer un montón de cosas turbias.

martes, 21 de abril de 2015

La periferia y la tierra de nadie

Aurelio Alonso

Aclaro que mis apreciaciones no son las de un testigo ni observador participante en las jornadas periféricas de la VII Cumbre. Yo solo me mantuve amarrado en esos días al televisor, la prensa escrita y la información que podía obtener por vía digital. Y en estos últimos días, los que han seguido a la Cumbre, al debate que se ha producido en Cuba en torno al escenario y el modo irregular (por usar un calificativo cortés) en que se preparó y se desarrolló la actividad periférica a la misma.

Como siempre que se prescinde del debate público previo, no se da oportunidad a la opinión pública para que juegue papel alguno en el diseño de nuestras estrategias, y la población tiene que limitarse a la aprobación, a posteriori, de lo que sucedió. 
 
De manera que hasta ahora no me había sentido en condiciones de dar criterios en público, y ni siquiera en privado, cuando amigos a quienes aprecio, que sí participaron, me contaron lo sucedido y me aseguraron que el único choque que se produjo fue el que tuvo lugar ante el busto de Martí frente a la Embajada, en el cual algunos panameños solidarios reaccionaron cuando un disidente propinó una patada a un diplomático cubano. Reacción que, en esas condiciones, no es posible objetar. Consta a todo el mundo, sin embargo, que se conocía, en esta ocasión, en la que Cuba iba a concurrir por primera vez a la Cumbre de jefes de Estado de las Américas, la prefabricación provocadora e inescrupulosa de los foros periféricos (o de algunos de ellos), y que se acordó antes de la partida de la delegación cubana una estrategia reactiva, de confrontación abierta (no sé si será la palabra  adecuada).

Me pregunto ahora si se pudo estudiar por los participantes cubanos todo lo referente a los foros periféricos en las cumbres anteriores, porque todo lo que he visto se refiere a la descripción de los convocados en Panamá: cumbre de los pueblos, y foros de la sociedad civil, de empresarios, de universidades, de la juventud, de gobernabilidad y democracia. Los cubanos carecemos de la experiencia de las cumbres anteriores, pero no creo que nos tenga que faltar esa información. ¿Intentamos, al prepararnos, la disección de los dispositivos de organización de los foros? ¿Qué nos explica que unos resultaran diáfanos y exitosos, como se ha dicho de los de universidades, de empresarios, y de juventud, en tanto se concentraba la provocación en el foro de la sociedad civil? La respuesta a esta pregunta se intuía, al menos, si no era total, e incluso se confeccionó por ello el tabloide Mercenarios en Cuba, que hubiera bastado con distribuirlo junto con la denuncia de la organización fementida de estos foros, y el rechazo a compartir cualquier espacio en que estuvieran presentes los más connotados (con nombre y apellido) opositores. Y digo «los más» con toda intención, por motivos que intentaré aclarar en algún momento.

Tengo la impresión de que debiéramos comenzar a diferenciar –si no estamos haciendo ya– la incidencia de la operación opositora implementada por iniciativa de la Administración estadunidense, o de sus órganos, y la emanada de la presión de la mafia de Miami. Esta puede estar resistiéndose incluso a la actuación y las proyecciones oficiales, las cuales  es imposible que crean poder beneficiarse en medida alguna de la impudicia de exhibir como estandarte al asesino del Che junto a su víctima y al amigo del terrorista confeso. Percibo el encumbramiento financiero de la mafia miamense de manera  análoga al del narcotráfico, que le hace tan poderoso como para imponer tareas, comportamientos y políticas a las instancias de poder. O tal vez sea más exacto decir que han devenido ya instancias de poder en sí mismas.

He escuchado en algunas intervenciones en la televisión  –y también creo haber leído– la justificación de moderaciones adoptadas «por respeto al presidente de Panamá». Tal vez tengan razón, pues su proyección en la Cumbre me pareció intachable, y no pierdo de vista sus limitaciones para impedir la presencia indeseable de los provocadores en foros cuyo manejo se le escapaba, que hubiera sido lo más deseable.

Creo que pudimos renunciar, desde el comienzo, a concurrir a esos foros que sabíamos contaminados, en especial en las condiciones de una sede donde han campeado influencias y libertades inauditas, con una fuerte denuncia, haciendo evidente que no se aceptaría dar respuesta al reto en el terreno de los provocadores. Los organizadores legitimaron lo ilegitimable, para que el presidente Obama, el paladín del rescate panamericanista (que no tuvo reparo en ausentarse de la Cumbre en señal de intolerancia hacia mandatarios que le criticarían) pudiera lanzar, en aquel foro periférico tendenciosamente llamado «de la sociedad civil»,  su discurso con un regaño presuntamente parejo: «todos nos podemos beneficiar de tener un diálogo abierto, o tolerante e inclusivo, y debemos rechazar la violencia o la intimidación, que está enfocada en silenciar las voces de las personas». Acaso era su plan consagrarse en Panamá, para los tiempos que se avecinan, como profeta de la reconciliación.

Comparto la opinión de que, una vez allí, los representantes cubanos que viajaban para asistir a ese foro específico no tenían otra opción que pronunciarse del modo en que se pronunciaron, y para mí está fuera de duda que, en cualquier caso, la oportunidad de defender la revolución es la opción honorable. Pero trato ahora de saber hasta qué punto lo que se hizo, además de un honor, fue también un acierto.

Un compañero recordaba que había sido entrevistado en varias ocasiones por la prensa allí, sin que nunca apareciera una palabra de lo que dijo para la pantalla o los diarios. En definitiva borraron lo que dijo; no existe para el público. Mejor sería concentrarse en estos casos en Tele-Sur. Me limito aquí a anotar que también en este plano la experiencia de la participación debe aportarnos enseñanzas. La batalla de los medios merece  una discusión que rebasa este comentario, pero no cabe duda que la expansión globalizada de las comunicaciones es algo que debemos desarrollar una estrategia más sofisticada y no exclusivamente de defensa. 

Considero, ante todo, que lo importante de la Cumbre de Panamá era la cumbre misma: la reunión de los mandatarios donde estaría Cuba por vez primera, la cual salió por lo alto, sin dejar espacio para nada que enturbiara el éxito de un programa sin elementos que fueran inaceptables o condenables. No obstante, el cambio deseable en el rumbo de las cumbres que queremos ver en ésta victoria, tiene que asegurarse en un nuevo campo de batalla, en el cual algunos foros periféricos van a ser manejados, como ya se demostró, en términos de «tierra de nadie», y allí los intereses de restauración de la hegemonía imperial van a hacerse más activos. Me parece que lo más importante es reconocer la nueva complejidad del desafío y prepararse con tiempo, estudio y ejercicio de la imaginación para el escenario periférico del octavo encuentro. A la altura, diría yo, que ha mostrado el país en la preparación para la Cumbre de mandatarios, en la cual brilló el regreso cubano de manera impecable.

Estas victorias nunca son definitivas por sí mismas y la necesidad de explorar al día y al máximo los espacios y los giros vulnerables, de tratar de compensarlos, de completar el éxito político consolidando avances en el terreno de las ideas, me parece lo esencial.
Tal vez no falte quien piense que me sumo a la nómina de los que quieren «estar bien con Dios y con el Diablo»; es un riesgo que voy a correr a conciencia. En mi mirada distante no he visto nada que pueda asegurar que yo mismo no hubiera hecho o dicho en la actuación de nuestra delegación periférica (por diferenciarla de algún modo, también impropio), en la cual figuran muchos de los intelectuales por los que siento mayor admiración y afecto). Por lo tanto no me sumo a crítica alguna, porque volverse a sentar y reflexionar sobre lo realizado, y criticar lo que entiendan criticable, solo compete a ellos, y yo lo respeto.
 
Al mismo tiempo, considero que Ravsberg, o quien quiera que lo vea con similares  matices críticos, también tiene derecho a expresarlo. Y en el caso de citado no olvido que se trata de alguien que prefirió romper con su employer británico a doblegarse a transmitir una imagen deformada de la realidad cubana. Sin asumir necesariamente todas sus observaciones –tal vez marcadas, como las mías, por un insuficiente manejo de antecedentes– creo que podrían contribuir también al autoanálisis de quien no caiga en la tentación de recibirlas como las de un opositor.

¿«Opositor» dije? Pero ¿de qué estoy hablando: del enemigo, del que se vende, del que aspira a la restauración pura y dura del reino del capital, del que se plantea opciones, del que disiente, del qué polemiza, etc.? Los conceptos pueden abrir un arco donde no solamente habría que distinguir los matices sino las grandes disyuntivas. La realidad social no se produce en blanco y negro sino cargada de matices, pero existen los matices precisamente porque tras ellos hay blanco y negro. No es un galimatías, sino el dilema que se le plantea a veces a los amantes de las frases consagradas, tan susceptibles a la contradicción: «los árboles no dejan ver el bosque» vs. «a veces se está tan dentro del bosque que no se ven los árboles». Yo no quiero estar con Dios y Mr. Diablo, pero no quisiera perder de vista el bosque ni los árboles.

Hago este apunte para decir que un serio problema  que creo que hemos comenzado a encarar en los últimos diez o doce años, pero en el que nos falta mucha discusión y veo muy distante aun de ser resuelto, es el de encontrar el umbral de tolerancia plausible para el disenso. Puede definirse, con Rosa Luxemburgo como la pertinencia del espacio de quien disiente.
 
Hasta los diseñadores de la dramaturgia del imperio se percatan de que para extremar la marca de lo intolerable no basta con sentar en el lugar al asesino del Che sino que llega a exhibirse su foto con el cadáver; y para destacar al «opositor», lo retratan con el terrorista. ¿Alguien puede tener la ingenuidad de creer que se buscan reconciliaciones?

Esto no debe convertirse en un obstáculo insalvable para que se depure entre nosotros, con ese refinamiento de que somos capaces en la política, una perspectiva más sutil y balanceada en la confrontación ideológica, la cual queda demostrado que exige de nosotros una gran inversión.

Puedo equivocarme, y no sería la primera vez, pero lo digo como lo veo, y tampoco es la primera vez que lo hago así. Quedo agradecido a quienes me lean, y piensen sobre todo esto, estén o no de acuerdo conmigo.


La Habana, 20 de abril de 2015

domingo, 19 de abril de 2015

Mi sincera opinión

¿Cómo podemos quejarnos, como tantos han hecho, de la falta de un periodismo más crítico y autocrítico, y ahora caerle en pandilla a Fernando Ravsberg que, con su visión personal y comprometida de décadas viviendo en Cuba, desbarata constantemente la distorsión que comete buena parte de la prensa mundial con nuestra realidad?  Considero un error enorme enfilarle los cañones a Ravsberg, por contar lo que ve desde su percepción personal.

Si la Revolución ha sido capaz de reconocer sus fallas, si revolucionarios de la talla de Fidel y el Che nos dieron innumerables veces la lección de volverse contra nuestros errores ¿qué significa el linchamiento de un  periodista crítico?

Señores, volvamos a leer, asimilemos los discursos de nuestro Presidente, Raúl Castro.

Con perdón de los abnegados compañeros que puedan justificar los gritos de ¡a por él!; quitándome el sombrero ante los insignes académicos que a lo mejor sin darse cuenta inflan la guillotina; respetando muchísimo a intelectuales de grandes méritos y similares responsabilidades, me parece que este ataque simultáneo contra Ravsberg puede parecer campaña, reminiscencias de quinquenios grises y parametraciones, acto de repudio innecesario y contraproducente, además de injusto.

¿Realmente se hizo una divulgación correcta de las actividades colaterales de la Cumbre de Panamá? ¿Todos los aspectos de lo sucedido fueron bien mostrados y debidamente analizados? Yo estuve allí y sinceramente no me creo con toda la información. Ese bendito elegido que la tiene, que la organice y la publique, por favor.

Más allá de las imprecisiones que pueda haber en el escrito sobre la confrontación de la sociedad civil enviada por La Habana y la fletada por Miami, el compañero Ravsberg ha dicho lo que muchos piensan. No caigamos en la simpleza de creer que todo lo que se dice desde afuera es falso, automáticamente. Lo falso, lo artero es la razón que mueve a algunos a decir, los matices que a veces se subrayan, pero alguna que otra vez se pueden escuchar cosas que nos pican, sobre todo si están basadas en evidencias.

En tales circunstancias, demasiado a menudo aparecen injurias y chirridos, cuando lo que más falta hace es serenidad, lucidez para no caer en actitudes que son trampas a la inteligencia, y que los fabricantes de obtusos saben convertir en banderolas a imitar, incluso en otros ámbitos, para complicarlo todo más.

Otra cosa que quiero señalar es que demasiado a menudo, para ponerle correctivos a Ravsberg, clara o veladamente se señala su nacionalidad, como si tal cosa fuera una impedimenta. Ojo con el nacionalismo a ultranza. Espero que nunca olvidemos que Nuestra América no es una frase retórica, sino sangre de un mismo cuerpo que corre por nuestro continente, por nuestra Historia, con la hermandad como fundamento y destino.

martes, 14 de abril de 2015

Recordar a Eduardo Hughes Galeano

Por Hamlet Hermann

Comenzando la mañana del lunes 13 de abril de 2015 recibí una llamada de Cabito Gautreaux. “Tengo que darte una mala noticia: tu amigo Galeano murió hace un rato.” Entonces sentí la misma sensación que experimenté seis años atrás cuando mi hermano Dardo murió. Sentí algo así como un desconcertado desaliento mientras el ánimo me abandonaba. Corté la comunicación telefónica y reflexioné.

Sabía del pésimo estado de salud en que se encontraba Eduardo. Recordé entonces aquellos días de 2006 cuando me aparecí por sorpresa en Montevideo, al recibir la noticia de que al hermano uruguayo lo habían intervenido quirúrgicamente en un pulmón. Preparado para lo peor consideraba que con una persona tan amante de la vida como Gius, no le iba resultar fácil a la parca llevárselo consigo. Contrario a lo que esperaba, al llegar a la casa de la calle Dalmiro Costa, lo encontré dirigiendo y protagonizando una parrillada en el patio, acompañado, nada más y nada menos, que de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.

El olor que emanaba de los churrascos opacaba los jazmines blancos que despiden su aroma al caer la tarde. Fracasado el primer intento de la parca, pasamos los más alegres días ayudando en la preparación del concierto que presentarían aquellos geniales artistas.
Ahora, en 2015, la parca no dio tiempo a mucho. Habíamos estado en contacto directo para facilitar la recepción del premio que le concediera la Feria internacional del Libro de República Dominicana el año pasado. Pero la enfermedad se interponía y no dio tiempo para que lo entregáramos personalmente.

En febrero recién pasado, Helena nos envió las fotos que había tomado durante la visita que le hiciera Evo Morales, Presidente de Bolivia. Le entregó a Eduardo un libro en el que los bolivianos reclaman su derecho a conectar con el Océano Pacífico. Esas imágenes, nos prepararon para lo que hoy sentimos. La transformación del físico del amigo era evidencia de un fin cercano.

Ahora que ya Eduardo, Gius, Dudú o Galeano no estará más con nosotros, tendremos que refugiarnos para siempre en los recuerdos que nos dejó.

Me quedo con el recuerdo de aquella libretica en la que acumulaba las expresiones y particularidades de cuanto tenía lugar a su alrededor. Diminuta, como de tres centímetros por cada lado la desenfundaba cual pistolero del Far West, para anotar lo que sospechaba podía negarle su traicionera memoria en el momento que la necesitara. Un día, envueltos en un intercambio fraternal, califiqué algo que dijo como de poca importancia. Para expresarlo, alegué que aquello no era más que un “gadejo”. Suspendió la discusión y preguntó presuroso al tiempo que desenfundaba su arma literaria qué era eso de “gadejo”. “Ganas de joder, Eduardo, Gadejo significa en buen dominicano ganas de estropearle el momento a los demás.” Y allí quedó grabada la expresión en la minúscula libretica.

Recordaré las dedicatorias que dejó en cada uno de los libros que me enviaba tan pronto los publicaba. La frase siempre fue distinta y todas contaban con la combinación del creativo literario con el creativo dibujante. Un cariñoso texto y un trazo con tres circulitos que simbolizaba a la editora de sus obras: Ediciones El Chanchito.

Cómo olvidar que más de veinte años atrás me cambió el nombre. Para Eduardo, dejé de ser Hamlet Hermann al convertirme en Jota Jota. Razón no le faltaba. Una noche del siglo pasado, sentados en su aromático patio, hablamos de mis nombres anglo uno y sajón el otro. El origen familiar, allá por el desaparecido imperio austro húngaro. Hablamos del estoicismo necesario para llevar nombres que en la zona del Caribe nadie pronuncia como debía ser. Me han llamado de tantas maneras diferentes que respondo hasta cuando nada tiene que ver conmigo. Entonces, este uruguayo se acogió a la fonética utilizada  por un vendedor ambulante de República Dominicana y me bautizaría en lo adelante como Jota Jota, en vez de Hache Hache. Por eso en sus correos electrónicos y en sus dedicatorias todas llevan el cariño fraternal a través de dos letras: J. J.

Cómo  olvidar aquel hombre amante de la vida y sus bellezas que una noche decidió llevarnos a cenar donde “el chef de todos los chefs” uruguayos. El lugar donde los chefs de Montevideo iban a disfrutar de exquisitos platos y a discutir su  contenido y cocción con los mejores conocedores de la cocina internacional. Nos sentaríamos a lo largo de una acera, al aire libre en una noche de verano montevideano donde él oficiaría como máximo pontífice de la amistad y de la vida.

Por todo esto tendremos que acostumbrarnos a vivir solo con su ejemplo de dignidad y como defensor de todo aquello en lo que creemos los que respetamos al ser humano.

sábado, 11 de abril de 2015

Panamá

Acabo de hablar con un compañero de la televisión, que me pedía uno de los temas del concierto, para usarlo hoy en algo de la Cumbre de Panamá. Explicándole que aún no había podido escuchar el sonido que salió en la transmisión y que antes de dar luz verde debía revisarlo, me acordé del agudo comentario del segund@citero Romeo el que no escribe, y pensé que valdría la pena empezar esta nota explicando que autorizar a que un concierto salga en directo al aire, al menos a mi me genera un conflicto interno. Y no es por falta de facilidades de la televisión, con la que tenemos muy buenas relaciones. Ha habido casos en que yo mismo he certificado el sonido que la mesa nuestra le entrega al camión de la TV, pero cuando después lo han trasmitido la música se ha escuchado chillona, horrorosa.

Un compañero técnico del ICRT me dijo una vez que el criterio de transmisión se hacía pensando en que la mayoría de los televisores de Cuba eran rusos, con bocinas de pocos centímetros, que reproducen muchas frecuencias medias y altas, y que por eso se cortaban las bajas. Además de dudar de que actualmente la mayoría de los televisores cubanos sigan siendo rusos, a mi el razonamiento de este compañero me pareció un despropósito, porque para una bocina pequeña yo enfatizara precisamente las bajas frecuencias, para tratar de compensar el diámetro que le falta a la bocina. Misterios de este mundo.

Pero, yendo a sustancia: Yo participé en la Cumbre de Mar del Plata, con Chávez y Kirchner frente a Busch, la que acabó con el intento de imponernos el ALCA y lanzó el ALBA. Hace apenas unos días no sabía que iba a participar en la de Panamá, y hoy, ya en casa, puedo contar el vértigo en pasado.

No esperaba la invitación, pero dije que sí enseguida, como siempre he respondido a este tipo de llamados. La verdad es que he defendido mucho que se acabe el bloqueo. Si he sido soldado de algo, ha sido de eso. Primero por lo injusto, por lo cruel, por el enorme daño que ha hecho al pueblo de Cuba y al desarrollo del país. Y es que ha sido un bloqueo llevado a niveles exquisitos, una tortura de tuercas que no han parado de apretar, lo que nos ha alimentando el básico instinto de la supervivencia.

“Soy enemigo de mi, y soy amigo de lo que he soñado que soy”. Fue algo que canté hace mucho, y aún suscribo.

Vaya si hay cosas más importantes que el sonido de un concierto. Ese es uno de los mínimos costes que suelen tener estos grandes eventos, donde los músicos acaso somos detalles de color en escenarios de verdaderos dramas. Pero qué privilegio participar en un evento que resume verdades trascendentes para millones de personas. Qué bien saberse parte de un esfuerzo que honra a la Historia continental, la que testimonia el afán de justicia y los puros deseos de que todo, aunque sea a pasitos, cada vez sea mejor.

Suscribo el discurso de Raúl, no sólo por respeto al compañero octogenario que se ha jugado por su pueblo desde que era un adolescente. Es que sólo dijo verdades. Así lo ratificará la Historia, como lo hicieron varios presidentes, entre ellos Cristina, que me aguó los ojos cuando dijo: Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por líderes que no traicionaron su lucha.  En ese momento, como dicen que pasa cuando uno se muere, desfilaron en el recuerdo situaciones extremas, vividas en todos estos años, rostros de conocidos y desconocidos que cayeron en distintos frentes o se fueron luchando para que llegáramos a un día como hoy… que no sé si logrará ser un fin o un comienzo, pero sé que se va a recordar.

Aquí les van algunas pobres fotos que alcancé a hacer en las 36 horas que pasamos en Panamá.


"Me gustaría que pudieran ver lo que yo veo desde esta habitación. La costa baja y arenosa del Pacífico reflejando rascacielos fantasmas..."

"...Y digo fantasmas porque no se ve ni una sola persona mirando desde los miles de balcones, ni una persiana abierta como alivio al fuego de la tarde, ni siquiera una humilde matica colgando, haciendo fotosíntesis de la luz tropical."



Entrada al parqueo de la Facultad de Administración Pública, donde fue el concierto

Prueba de sonido a mi derecha

Prueba de sonido a mi izquierda

Balcones con maticas




martes, 7 de abril de 2015

Cumbre de las Américas

Por: Jorge Gómez Barata

¿Qué pasará en la Cumbre de las Américas?

―El primer día nada y el segundo todo habrá terminado.

La cita será notoria por la presencia del presidente Raúl Castro y habrá expectación por ver cómo interactúa con Obama. Tal vez la reunión trascienda por la rectificación de la política norteamericana respecto a Cuba y por la roncha que ha levantado un desafortunado decreto imperial contra Venezuela. Quizás Barack Obama ofrezca alguna explicación (nadie espere una excusa) o saque un as de la manga.

La Cumbre de las Américas no es más que una reunión de la OEA, tan intrascendente como cualquiera otra, aunque ahora matizada por los aires de un cambio de época. No hará falta esperar el veredicto histórico. Viviremos para verlo.

LA HISTORIA NO CONTADA DE LA OEA

En los días finales de la II Guerra Mundial cuando desde direcciones opuestas las tropas soviéticas y norteamericanas (entonces aliadas) marchaban sobre Berlín, en las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco se redactaba lo que sería la Carta de la ONU.

Pocas veces se recuerda que entonces, la mayor parte de Europa estaba ocupada por los nazis o sus gobiernos se habían comprometidos con ellos, lo mismo ocurría en Asia, mientras casi todos los países africanos eran colonias. De los 49 fundadores de la ONU, veinte (20) fueron latinoamericanos*

Cuando en 1945 el borrador de la Carta fundacional estuvo listo, en bloque los diplomáticos latinoamericanos, entonces liderados por Alberto Lleras Camargo*, se opusieron a la “cláusula de unanimidad”, según la cual el uso de la fuerza solo podía ser acordado con el voto unánime de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad lo cual, automáticamente, otorgaba a cada uno de ellos “potestad de veto”.

La insistencia de los Cinco Grandes (Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña, China y Francia) y la oposición latinoamericana amenazaban con hacer fracasar los esfuerzos de Franklin D. Roosevelt para fundar la ONU.

A los representantes latinoamericanos, celosos de su soberanía y herederos de una tradición diplomática forjada en más de 100 años de independencia, les parecía insólito y ofensivo que, en caso de que en la ONU fuera necesario examinar algún asunto de la región, la decisión se supeditara al criterio de Stalin, Chiang Kai-shek o de cualquier otro gobernante extranjero.

Así, antes de que existiera la Guerra Fría, surgió la preocupación por una intromisión “extracontinental”.

En la búsqueda de un arreglo que solucionara aquel desacuerdo que podía hacer fracasar no sólo un esfuerzo de años, sino toda la filosofía para el ordenamiento del mundo de posguerra, por invitación del presidente mexicano Manuela Ávila Camacho, entre febrero y marzo de 1945, en Chapultepec, se efectuó la Conferencia Interamericana sobre los Problemas de la Guerra y la Paz, en la cual se acordó adoptar una política propia y común en asuntos de defensa.

Con esas precisiones, aceptadas por Estados Unidos, como una concesión a cambio de la aceptación del veto o como premio de consuelo, surgieron la OEA y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIART) creados para dar una solución latinoamericana a los conflictos regionales, incluso cuando tuvieran implicaciones militares.

De ese modo se encontró una fórmula que virtualmente excluía a la ONU de los asuntos latinoamericanos y se evadía la aplicación del veto. La idea no era mala. El error fue incluir a Estados Unidos, cuya presencia hegemónica introdujo de contrabando lo que se había querido evitar.

La historia se torció, las oligarquías se plegaron y la OEA, instancia nacida de una voluntad de independencia frente a los poderes imperiales, se transformó en lo que no quería ser: un ministerio de colonias norteamericano.

Tal vez en Panamá donde según cuentan ronda el espíritu de Bolívar, renazca el de Chapultepec, donde además de Niños Héroes, hubo diplomáticos dignos y lúcidos. Hay tiempo para todo, incluso para rectificar. Allá nos vemos.

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*De los 49 fundadores: dos Ucrania y Bielorrusia entonces no existían como estados independientes, mientras Polonia, Francia, Dinamarca, Bélgica, Checoslovaquia, Grecia, Noruega apenas participaron en los trabajos por estar ocupadas por los nazis o lo hicieron como “gobiernos en el exilio”

*Alberto Lleras Camargo (1906-1990), político, periodista, diplomático y académico liberal colombiano, presidente de la República (1945-1946; 1958-1962). Embajador en Estados Unidos. Primer secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA)

Fuente: http://www.cubano1erplano.com/2015/04/cumbre-de-las-americas.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Cubano1erPlano+%28Cubano1er.Plano%29

miércoles, 1 de abril de 2015

Un nuevo Estado, meta del neoliberalismo

Por Alejandro Nadal

¿Por qué el neoliberalismo surge más fuerte que nunca después de siete años de crisis? Buena pregunta. Y no existe hoy una respuesta satisfactoria por una razón fundamental. Es que la crítica al neoliberalismo descansa en un postulado equivocado: es la idea de que el capital busca reducir el ámbito de influencia del Estado, de quitarlo del camino y hasta de eliminarlo. Muchos encuentran prueba de lo anterior en la ola de privatizaciones y en la eliminación de controles regulatorios para todo tipo de actividades.

Ese postulado proviene de la idea de que el mercado y el Estado son antitéticos. Pero desde hace mucho la historia y la antropología revelaron que las economías de mercado nacieron a través de una fuerte intervención del Estado y sus agencias. Sólo la mitología de los economistas sigue afirmando que primero fue el trueque y después, espontáneamente, nació el mercado.

Es necesario criticar esta premisa y reemplazarla con una nueva perspectiva: el capital financiero no está destruyendo el Estado, sino que lo está reconfigurando y reorganizando para que responda a sus necesidades e intereses. Esta idea proporciona una matriz analítica más rica y se acerca más a lo que está aconteciendo en el mundo.

Hoy tenemos muchas señales indicando cómo el neoliberalismo está construyendo un nuevo Estado. La primera, quizás la más obvia, es la degradación de la vida política. Aquí el síntoma más claro es el predominio del dinero sobre los votos. Las campañas electorales están sometidas a una circulación monetaria que va de los intereses corporativos más descarados a las grandes cadenas de los medios masivos, pasando por la compraventa de candidatos. Las instancias encargadas de organizar y supervisar elecciones están desbordadas o simplemente forman parte de este gran teatro. El ‘mercado electoral’ dejó de ser, hace mucho, una simple metáfora.

Lo anterior marca el deterioro del llamado ‘poder’ legislativo. Los congresos y parlamentos han dejado de funcionar con la meta de defender y cultivar el interés público. Pero eso no quiere decir que han dejado de funcionar. Al contrario, de manera activa los miembros del poder legislativo desempeñan una función de agencias del capital financiero y del neoliberalismo: votan sus leyes contrarias al interés público, erigen nuevas barreras regulatorias en contra de competidores no deseados y, sobre todo, bloquean cualquier iniciativa que pudiera acrecentar el poder ciudadano.

La segunda señal es la concentración de poder económico y la desigualdad. Las grandes corporaciones, nacionales e internacionales, tienen hoy una capacidad nunca antes vista para organizar espacios económicos alrededor de sus intereses y estrategias de expansión. Su tamaño, grado de diversificación y de integración les da acceso a muy fuertes economías de escala y de alcance. Eso les permite adoptar todo tipo de comportamientos estratégicos, desde la segmentación de mercados hasta la manipulación de precios para transferir rentabilidad a lo largo de la cadena de valor. Todo eso conduce a la enorme concentración de poder en todas las ramas de la producción a escala mundial.

Frente a las grandes corporaciones las comisiones regulatorias de los gobiernos no desaparecen. Simplemente se refuncionalizan y adoptan la misión de servir a estas gigantescas empresas para legitimizarlas. El síndrome de las puertas revolventes es una expresión de todo esto. Y cualquiera que se haya escandalizado frente a los abusos del sector financiero o que haya participado en la lucha contra los organismos genéticamente modificados puede dar testimonio de lo anterior.

La desigualdad económica y la concentración del ingreso son el telón de fondo de la acumulación bajo el neoliberalismo. Y eso necesita una nueva y más potente capacidad represora. Por eso tenemos la tercera señal: el extraordinario crecimiento del aparato de seguridad del Estado. Las funciones de represión directa y de espionaje se han reorganizado y hoy se encuentran en el corazón de múltiples agencias a nivel nacional o regional, muchas veces con fuertes vínculos con la delincuencia organizada.

Todo lo anterior se acompaña de un hecho fundamental: la desmovilización de la ciudadanía. Si el voto no es respetado y si el parlamento es corrompido, carece de sentido ir a las urnas el día de las elecciones. Por eso el abstencionismo es el partido mayoritario en todo el mundo y parece confirmar la idea de que es inútil tratar de recuperar el control sobre la vida política. Los abusos de los bancos o de los fabricantes de comida chatarra se convierten en una fatalidad que hay que sufrir cotidianamente. Al final del camino los ciudadanos se transforman en consumidores (de todo tamaño) o en átomos de una materia prima llamada fuerza de trabajo.


El bloqueo y ataque en contra de la democracia no debe ser confundido con la reducción del tamaño del Estado. La izquierda debe tomar nota: estamos frente a un esfuerzo concertado para erigir un nuevo sistema en el que la democracia no tiene cabida.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/04/01/opinion/022a1eco